Cómo justificar un robo (II)

Sobre todas las actuaciones del poder público en estos tiempos de excepción jurídica, donde la Justicia con mayúsculas y el sentido común, sobre todo el sentido de «lo común”, han sido encerrados en las mazmorras, después de ser violados y vejados repetidas veces, destaca algo que nuestros gobernantes no acaban de comprender: la Educación. Esta memoria presupuestaria dice literalmente: “(…) se ha abordado una revisión completa de las relaciones entre Administraciones, que van desde el adelgazamiento de las estructuras administrativas, al ahorro en políticas muy significativas, como la educación, la sanidad, o la función pública, en general.”

 ¿Alguien recuerda excesos en la educación pública? ¿Alguien ha visto alguna vez un derroche? ¿Alguien ha escuchado alguna vez que es una vergüenza lo que se hace en la enseñanza? ¿De qué ahorro están hablando? ¿Se acabaron los ordenadores o las tabletas? ¿Se acabó la calefacción? ¿Se acabó el mísero comedor escolar? ¿Como las clases se dan de día, podemos cortarles la luz?

Todo esto sonará a demagogia, sí, pero el caso es que el “ahorro” se dirige simplemente a aumentar la ratio de alumnos por clase. Algo que, sabemos, es esencialmente improductivo. El Estado se ahorra muchos sueldos, de acuerdo, pero no producirá buena formación. Les recordamos que  Finlandia decidió en plena crisis apostar el todo por el todo en educación. Sus programas son ridículos comparados con los nuestros, pero claro, como los terminan completos porque el número de alumnos por clases roza lo sensato, producen ciudadanos muy formados. ¿Qué contrariedad, verdad? En plena crisis en los años noventa invirtieron en educación y en pocos años les paso Nokia. Y ahora que se les hunde eso, están preparados para cualquier cosa. ¡Qué absurdo, invertir en educación, cuando podemos ahorrar!

 La calidad de la educación tiene sus «cositas«. Una de ellas es lograr personas formadas, instruidas, que se dice. Una persona instruida tiene conocimientos suficientes para desenvolverse, para no ser engañada y, si la educación es decente, para no engañar. Pero eso depende también del ambiente en que uno se críe.

Observando ese ejercicio presupuestario cabe plantearse dos cuestiones.

Una, ¿cómo puede determinarse el devenir económico de una nación sobre los conceptos de “crecimiento” y “credibilidad” en esta realidad actual? La tozudez respecto al crecimiento es asombrosa. No es preocupante, puesto que la realidad no se aflige por cuestiones como esta. No creceremos más y punto. Es física y biológicamente imposible. Aunque se diseñe en una ley de presupuestos. Ya lo verán. La falta de educación suficiente por parte de nuestros gobernantes obliga a la la realidad a hacer su trabajo. Ellos aún siguen creyendo en “el crecimiento”, y se debe fundamentalmente a que creen, y no a que sepan. Otra vez la educación. A ella, a la realidad,  no le molesta, a los gobernantes tampoco. A los ciudadanos sí, pues son ellos los que pagan los errores y la irresponsabilidad de los gobernantes.

 En cuanto a la credibilidad, ¿creer en qué?  ¿en un administrador de lo público que llega a ocupar su puesto mintiendo para ello?. Una vez ocupado el puesto, continúa mintiendo. Sus administrados no le creen, no confían en él. ¿La credibilidad de quién? ¿De un sistema que se dice justo y progresivo? Un sistema justo y progresivo no gravaría a un trabajador con el 20% cuando el trabajador alcanza un sueldo bruto de 20 mil euros. O con el 27% cuando alcanza los 40 mil euros brutos. O con el 37% cuando alcanza los 60 mil euros brutos anuales. O sí. Pero claro, en ese caso, al capital, a las rentas, les haría lo mismo. Si se “gana” un millón, este pagaría el 21%. Pero si se ganan 10 millones, estos tributarían al 40%. Y si son 100 millones, al 60%. ¿O eso es injusto? Credibilidad.

Reformas estructurales. O pintar las paredes y decir que hacemos reformas.

Sabrán que el dinero tal y como lo conocemos, desaparecerá próximamente , y que la mayoría de las transacciones, incluso las más pequeñas, se realizaran electrónicamente. ¿Y tenemos la credibilidad fiscal necesaria? ¿Que esto qué tiene que ver? Piensen (otra vez la educación y no la fe), si en vez de transferir a manos privadas el negocio de intermediar en los pagos, el Estado asumiera todas, pero todas, las transacciones monetarias del territorio, y éstas sólo pudieran realizarse a través de un sistema público que hiciera que el “dinero” pasara previamente por los ordenadores de Hacienda, que hiciesen el correspondiente descuento instantáneo de recaudación de tributos. Así sí se podrá hablar de una reforma fiscal “seria” y con”credibilidad”. Flujo de caja, que se llama a eso. O no necesidad de deuda, que también es conocido por tal nombre.

Pero claro, eso eliminaría de un plumazo el fraude fiscal y el negocio de intermediación de bancos y tarjetas. Que lástima. No me dan pena.

Prefiero que mi móvil choque con el del camarero, que el 1´20 euros de la caña pase por Hacienda, y que al camarero le llegue 1’00 euro justo. El camarero no tendrá que hacer más declaraciones trimestrales de IVA.  ¡Eso sería un plan de reforma fiscal 2013-2014!.

¿Como hacer eso? Mediante leyes en una democracia. ¿Tenemos de eso? No.

Tenemos un sistema basado en al sobrerepresentatividad de unas organizaciones que se autodenominan “partidos políticos” para sustituir a la participación de los ciudadanos en la “democracia”. Con el pequeño inconveniente de que, precisamente, estas organizaciones tienen poco de democráticas.

Credibilidad del sistema: cero. Y aún hay quien sigue defendiendo lo contrario, seguro de si mismo, como el diputado por León del PP que “desobedeció la disciplina de voto» y votó en contra del incumplimiento de los planes para la minería. Lo veremos en las próximas elecciones. Porque le ampara la constitución en su independencia, y en su libertad. Lo de la lista electoral es otra cosa. Credibilidad.

Miren, ”La actual crisis económica y financiera, que comenzó en 2008, y especialmente la falta de un impulso decidido a la consolidación fiscal, han tenido un fuerte impacto en las cuentas públicas españolas. Así, de un superávit para el conjunto de las Administraciones Públicas en 2006 y 2007, se pasó a un déficit registrado del 4,5 por ciento del PIB en 2008, que ajustado del ciclo se situó en el 4,1 por ciento del PIB. Desde entonces, la situación ha seguido deteriorándose de modo que el déficit en 2011 alcanzó el 8,9 por ciento del PIB, que ajustado del ciclo supone un déficit del 7 por ciento del PIB.” Dice el documento.

La educación, la mala educación, hace que quien redacte ese documento se crea, tenga fe, en lo que dice. La fe. ¡Ah, la fe!. Así nos va. Medio mundo con fe en sus dioses o ayatolás, y el otro medio con fe en teorías económicas. Teorías. Yo creo en una teoría. Y como creo en ella, hago un presupuesto y, si no se cumple, le echo la culpa a algo o a alguien. Ni siquiera se plantean que creer en teorías es desde el inicio un error. Si uno observa el documento se da cuenta enseguida de que no difiere de cualquier presentación de las cuentas de cualquier empresa de mediano postín ante sus inversores y analistas de “los mercados”. Todos muy felices. Lástima que ni a las empresas les salgan las cuentas (salvo a Inditex) ni que el Estado no sea una empresa (claro que si lo fuer,a estos señores nunca hubieran accedido al consejo de administración, y a lo mejor era una suerte).

La crisis, querid@s, comenzó en el año 2002, cuando se constató que el precio de los inmuebles subía por encima del 10% anual, y que los ahorros depositados no eran suficientes para cubrir la demanda de créditos para pagar todo tipo de consumo irracional. Y en vez de detener el error, se fomentó. Y dos años después, en 2004, esa insuficiencia dio lugar a un hecho a todas luces alarmante. Bbueno, a todas no, que recordemos que la educación no era suficiente. En realidad a casi ninguna luz, más bien a cuatro luciérnagas. Lo dicho,  alarmante. El crédito, en un montante que superaba el doble al depósito, se había agrandado con capital extranjero. Cuando uno toma las cifras absolutas, de país, y ve eso, sabe que por mucho que se crezca a dos dígitos, eso va ser difícil de devolver, durante quince años, como mínimo. Pero no quedó ahí la cosa. En 2006 ese número, la “deuda” total, suponía el cuádruple de los ahorros o depósitos. Insistimos, no hace falta ser Krugman para saber que ya en ese momento el problema estaba listo para salir del horno.  Y que no tenía solución. ¡No puede pagarse una deuda contraída para adquirir bienes no productivos cuando la deuda supera en más del doble el valor del bien!. Y punto. Sobre todo si tus ingresos o producción aumentan un 2% o un 3% anualmente, con suerte.

Pero la crisis comenzó en 2008. Credibilidad. Hemos de creer, a secas y sin matices, claro, porque si analizamos pasa lo que pasa, que no creemos.

Nada de lo que hay en ese documento es creíble, salvo el inmenso daño que se va a hacer a las personas. Cualquier persona de buen corazón trataría de evitarlo o al menos se marcharía para no hacerlo. Ellos no.

Las fantasías que contienen esos presupuestos, junto con la depravación de los sectores financiero,s que no se resisten a perder en esta partida, asegura un final de película. de película de miedo y desastres. Al final la palman todos.

Cataluña, cumpliendo la ley, paga antes sus vencimientos bancarios que las nóminas del sus empleados. Cumpliendo la ley. Cuando los empleados abandonen, incumplan, protesten, o desmoronen los servicios, Cataluña tampoco podrá pagar los vencimientos de los bancos. Lógico, pues la administración catalana no es otra cosa sino sus empleados. Y sus beneficiarios, los ciudadanos. Si antepones a los bancos, al final destruyes a la administración. Sin administración, esos bancos no cobrarán, seguro. ¿Quién hace una ley tan absurda? Si, lo han adivinado, los bancos.

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